Llorar por todo

Voz: Marisa Riesgo

Performer: Ruth Abellán

Estreno absoluto para Proyector XV        ­

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“Llorar por todo” es una instalación site-specific que surge del contacto con “La imprenta”, un espacio en el barrio de Chamberí de Madrid, que fue primero carbonería, después imprenta y ahora librería, editorial y centro cultural: un tránsito de la piedra, lo más duro, a la letra, lo más blando. Sus sucesivas transformaciones hablan de profundos cambios que afectan desde el modelo productivo y energético hasta el régimen simbólico y la esfera de la subjetividad. Un lapso de historia en la que unos modos de vida son desplazados y sustituidos por otros, un movimiento en el que el ascenso es también caída, en el que el progreso se funda en el retroceso trágico de formas de estar-en-el-mundo.

En el proyecto se encuentran una lectura de la memoria física y simbólica del espacio con una relectura del mito de Cadmo. En el cruce de estos ámbitos, se despliega una reflexión sobre la violencia de la palabra y se apunta la posibilidad de un pathos artístico no fagocitado por el actual régimen de producción y consumo audiovisual.

La instalación presenta el relato de Marisa, hija de Manolo Riesgo, quien fue la persona que llevó la carbonería hasta su jubilación. La narración describe los usos del espacio, la vida de su padre y su madre alrededor de él y sus vivencias desde niña. En él además aparece la enfermedad y muerte de su padre debido a una enfermedad pulmonar obstructiva crónica producida por el polvo del carbón.

Un tríptico de video articula visualmente el espacio, situando dos proyecciones en sendos nichos existentes en un muro, más una tercera proyección situada en la pared enfrentada. Ocupando uno de los huecos se presenta carbón ascendiendo sobre fondo blanco, en una extracción ritualizada que eterniza el momento de su expulsión del espacio, que esculturiza su vaciado. El gesto artístico busca su sentido en una venganza de lo real, como si pudiera invertir el tiempo y anular la devastación producida por el mineral. En el nicho adyacente, sobre un fondo negro se oyen ruidos de demolición. Como posible resultado de esa acción sustraída a la vista, letras blancas caen en la parte inferior del nicho. De las letras surgirán pequeños guerreros de plástico, hoplitas griegos, que hacen referencia al mito de Cadmo. El carbón asciende y las letras caen. Las dos proyecciones/nichos producen un movimiento contrario y compensatorio que los involucra en una circularidad de sentido que los encadena entre sí, los ancla al espacio, y al tiempo los libera de sus propias memorias en suspensión.

Según la mitología griega, Cadmo es el introductor del alfabeto en Grecia. La narración mitológica de este proceso describe cómo Cadmo derrota al dragón de Ares y, bajo consejo de Atenea, labra la tierra para plantar sus “dientes viperinos, simiente de un futuro pueblo”[1]. El relato continúa describiendo cómo de los dientes nacen guerreros que se enzarzan en una lucha fratricida. Finalmente, los pocos que sobreviven se convertirán en aliados del héroe. En el mito, la boca del dragón muta: pierde la violencia, su mordedura, pero también el diálogo, la posibilidad de acuerdo a través del habla; sus dientes que articulan palabras -hacia fuera- y devoran hombres -hacia dentro- se transforman en soldados. Dientes y lenguas, antes unidos en una sola mordedura espantosa, ahora se enfrentan en una guerra civil que, según la fuente, Cadmo propicia o simplemente evita.

Harold Innis, historiador de la economía, y Marshall McLuhan coinciden en señalar que “Es claro que el mito de Cadmo sobre las letras, como los dientes del dragón que generaron hombres de armas, es una imagen de las dinámicas del alfabetismo en la creación de imperios”.[2] Con ese posible significado subyacente, la transformación de las letras en guerreros apunta a la dominación de las tecnologías de los medios y descubre la violencia como una parte fundante de la palabra. Pero por encima de todo señala al lenguaje como uno de los lugares en los que el ser humano libra algunas de sus batallas primordiales, a veces por su misma causa, otras como receptor de violencias desviadas.

En la proyección enfrentada, un rostro gigante de mujer que mira fijamente es un dragón, (dragón, del griego δράκων (drákon): «serpiente, dragón», procede del verbo δέρκομαι (derkomai): «mirar fijamente») que llora lágrimas negras mientras se extrae los dientes de la boca. El rostro no solo mira simultáneamente al carbón y a las letras, sino que también metaboliza y articula sus procesos. Las lágrimas negras hacen referencia a la enfermedad del carbón sufrida por el padre de la narradora, a la vez que hacen visible su pathos; su negrura condensa toda la melancolía del mundo[3].

La extracción de los dientes, por su parte, hace referencia por un lado a la extracción del mineral, y por otro a los dientes del dragón utilizados por Cadmo para fundar su dominio sobre el mundo. La mujer-dragón llora por todo, por aquello que ve, por aquello que oye, pero también por su propia finitud, por su papel de testigo y cómplice, en definitiva, por su condición de objeto artístico.

[1] Metamorfosis. Ovidio. Libro III (102-103)

[2] McLuhan, M. (2012). Mito y medios masivos. Palabra Clave, 18(4), 1008-1022. DOI: 10.5294/pacla.2015.18.4.3

[3] Del griego melankholía: “bilis negra”, “mal humor”, compuesto de mélas “negro” y kholé “bilis”;